Una parte de mi vida cambió drásticamente el pasado 24 de julio. Pensé que iba se fácil superarlo, pero fue todo lo contrario. Ahora se ha convertido en todo un reto que debo vencer cada día, aunque el miedo, como nunca antes, me invada desde la cabeza a los pies.
¿Qué pasó?, se preguntarán. El 24 de julio salí de mi casa con rumbo a la casa de una mis mejores amigas para celebrar su cumpleaños. Para ello, me arregle para la ocasión, y en una mano llevaba la torta y en la otra mi Baylis, pues yo no tomó cerveza.
Antes de salir de mi casa, Eduardo, enamorado de mi hermana, me dice lo siguiente: ¿Así te vas ir?, ¿vas a tomar taxi a esta hora? Yo lo respondí con un contundente "sí" y me reí. Eran las 11 y 30 de la noche. Llegué a la avenida y paré un taxi. Este me dijo que no va. Yo estaba impaciente y apurada. Luego aparece otro: un Station Wagon blanco.
- ¿Hasta Salamanca?
- 8 soles
- Pero te vas por la Panamericana Sur para que llegues rápido
Tras esa breve conversación, subí al taxi con dificultad por las cosas que llevaba. Al acomodarme en el asiento de atrás, el taxista me indicó que no había cerrado bien la puerta. Yo la abrí y la cerré otra vez. Sin embargo, él insistió que no lo había hecho bien.
Entonces él bajó del auto y cerró la puerta él mismo. Me pareció extraña su conducta, pero como estaba contra el tiempo, no lo tomé importancia. Yo solo quería llegar a la fiesta. El taxista tomó la ruta que le había dicho. Al pasar Atocongo y Tottus de la Panamericana Sur, él desvío su ruta.
"Este es un asalto", me dijo con una sonrisa en los labios mientras me amenazaba con un cuchillo. "Dame todo lo que tienes y ponlo en el asiento de adelante", me ordenó en enseñándome una y otra vez el cuchillo, pues en ningún momento lo bajaba.
Yo le entregué todo: mi cartera, mi reloj, mi celular, la torta, el baylis, mis anillos, todo. "Ahora pon la cabeza entre las piernas y no la levantes, porque ya sabes lo que te puede pasar", expresó con autoridad. "Ya tienes todo, ahora déjame bajar", le respondí. "No bajarás", me contestó.
"Si ya tienes todo, porque no me dejas bajar", le repliqué alzando la cabeza. Él se molestó y me dijo furioso: "Tú no haces caso, tú no temes por tu vida. Baja la cabeza te te he dicho". Él avanzó un poco con el auto. El lugar era casi oscuro (algunos postes de alumbrado público no funcionaban) y casi nadie caminaba por la zona.
"Haber, haber, haber…. voy a ver lo que me sirve", expresó como burlándose. "Lo que no me sirve te lo voy a devolver", tuvo la osadía de decirme, cuando yo solo quería bajar del auto. "Gracias", le contesté para desconcertarlo.
Él abrió mi billetera y comenzó a revisar con paciencia cada uno de sus compartimentos. Antes me tiró una cartera color rojo donde yo guardaría lo que él "buenamente" me entregaría. Ese bolso de quién sería porque la mía era negra.
"¿Crees en Santa Rosa de Lima?", me preguntó. Yo siempre cargó una estampita de ella en mi billetera, pues soy su fiel seguidora. "Sí, yo creo en ella", le respondí con firmeza. "Ni siquiera ella te salvará", sentenció mostrándome el cuchillo.
El delincuente no se cansaba de mostrarme ese "maldito" cuchillo y me repetía una y otra vez que escondiera la cabeza, si apreciaba mi vida. "Déjame bajar", le repetía. "Bajarás aquí, si te portas bien. Bajarás en ese parque", me dijo. El sujeto avanzó con el carro y luego lo detuvo. Pero me mintió. "No aquí no", expresó con una risa burlona.
"Voy a ver que tienes más en la cartera… y agradece que no te dije que te quitarás el saco", manifestó. "Te ibas a una fiesta", dijo. Cada vez que él me devolvía algunas de mis pertenencias, yo le decía "gracias". Durante los 40 minutos que estuve con él me mantuve tranquila y no lloré porque no le iba a permitir que me viera débil. "Déjame bajar", le dije otra vez.
"Ya, ya, ya… ahora sí vas a bajar", me prometió. Pero me mintió nuevamente. "Creo que voy a llamar a un amigo", me advirtió. Fue en ese momento, que levanté la cabeza y comencé a forcejear las puertas, y me di con la ingrata sorpresa, que ambas estaban cerradas. Es decir, solo él, podía abrirlas.
"#$%#&$ Ya te dije que te pongas tranquila #%$#&$E& Ya vas a bajar", expresó otra vez con el cuchillo en la mano. Él arrancó el auto y conduzco hacia dentro, se estacionó a una cuadra y media de la Panamericana Sur. Ese lugar si era oscuro y no camina nadie. "Déjame bajar", le dije y no me cansaría de gritarle esas dos palabras.
"Ya ahorita, espérate, y no te muevas", me respondió. Éste se bajó del auto y se fue a la parte de atrás. Yo adentró del vehículo lo seguí con la mirada y pude ver lo más asqueroso que pudo hacer durante la noche: comenzó a sobarse su miembro. Esto me asustó aún más. Insistí en abrir las puertas, pero no pude. Entonces mi opción era la puerta del piloto y por ahí me escaparía.
Fue cuando él se dio cuenta de mis movimientos y vino inmediatamente a cerrar la puerta. "$%%&$%&& No entiendes, no. Está bien, vas a bajar. Pero escucha lo que te voy a decir. Camina de frente y no voltees para nada. Yo te voy a seguir. Y ya sabes no voltees para nada, porque ya sabes lo que te puede pasar", me amenazó.
Esta vez si era cierto. Bajó y me abrió la puerta. Yo caminé sin voltear, pero sí sentí que me siguió. Luego escuché que arrancó con el auto. Yo seguí caminando y a un metro antes de llegar a la Panamericana Sur me detuve. "Señora me puedo sentar y me puede ayudar", le dije a una humilde vendedora de comida que ya estaba por irse, pues eran cerca de la 1 de la mañana.
"Sí", me dijo. Cuando me senté y me sentí segura, las lagrimas salieron y no paré de llorar. La señora, a quien le estoy eternamente agradecida, me consoló. Luego un amigo de ella me ayudó a contactarme con mi hermana para que me recogiera. Ni la señora ni su amigo me dejaron sola hasta que mi familia vino para llevarme a casa. "Muchas gracias", les dije a los dos en medio del llanto.
Ya pasaron más de dos meses del terrible incidente, y les confieso que me es difícil subirme a un taxi. La primera vez que lo hice, luego del asalto, me brotaron las lágrimas y quería bajarme en el acto. Pero me contuve y no lo hice. La otra vez, no pude y me bajé cuatro cuadras después.
Como les dije en un inicio, ahora es todo un reto. Sé que mi vivencia no se compara a aquellas mujeres que fueron ultrajadas o las tocaron tras ser asaltadas (mi apoyo y mi energía positiva para ellas), pero lo que tenemos en común: ES EL MIEDO DE VOLVER A VIVIR LO MISMO.
¿Qué hacer?
Antes de terminar el post, algunas recomendaciones antes de tomar un taxi gracias a la web Que no te roben:
1. Si la placa es legible y no está adulterada las letras y números.
2. Apuntar el número de la placa.
3. Llamar a un familiar o amigo y darle el número de placa del vehículo.
4. Verificar si las puestas están con seguros para bebes (cuando no se puede abrir por dentro).
5. Observar las características del chofer.
6. Sentarse detrás de copiloto para poder observar sus movimientos y verificar si hay personas detrás del asiento.
7. Si te encuentras en aprietos grita y levanta los brazos asiéndote notar para que los transeúntes y conductores puedan ayudarte.
8. Si el conductor no te da confianza apenas se detenga el vehículo dile que ya no quieres el servicio.
9. Fíjese si va la Policía Nacional advierte que por este medio los falsos taxistas coordinan con sus cómplices, que suelen esperar en una esquina para subir al vehículo y participar en el asalto. Si nota algo raro en la conversación, exija bajarse del vehículo de inmediato.
10. Si habla por celular, observarlo y advertirle que no se puede hablar por celular cuando maneje.
12. Observar muy bien la maletera, podría haber alguien allí.
13. Si ya en el taxi, el taxista quiere atacar al pasajero, -siempre desde el asiento trasero- puede darle un gole en la cien o en la garganta para inmovilizarlo y poder escapar. Se trata de un golpe no para hacer daño, sino para tener el tiempo de escapar.
Moraleja solteritas: El miedo nos impide vivir (y no es mi estilo) y la vida es un reto cada día con sus altas y sus bajas, de lo contrario sería aburrida. Por algo suceden las cosas y aunque suene cliché, hay que sacar lo bueno de lo malo.
Y lo que no debemos olvidar es que el amor de tu familia y el apoyo de tus buenos amigos hacen que "cualquier mal momento" (por así llamarlo) pase al olvido poco a poco, y luego sentirás que tus miedos te darán esa "fuerza inexplicable" para seguir adelante, aunque no lo creas.
Color Esperanza – Diego Torres
Sé que hay en tus ojos con solo mirar
que estas cansado de andar y de andar
y caminar girando siempre en un lugar
Sé que las ventanas se pueden abrir
cambiar el aire depende de ti
te ayudara vale la pena una vez más
Saber que se puede querer que se pueda
quitarse los miedos sacarlos afuera
pintarse la cara color esperanza
tentar al futuro con el corazón
Es mejor perderse que nunca embarcar
mejor tentarse a dejar de intentar
aunque ya ves que no es tan fácil empezar
Sé que lo imposible se puede lograr
que la tristeza algún día se irá
y así será la vida cambia y cambiará
Sentirás que el alma vuela
por cantar una vez más
Vale más poder brillar
que solo buscar ver el sol